Pero la consecución de lo anteriormente expuesto propone un desafío similar a
ambos países, y que dice relación a la revisión de los cimientos que han permitido la
construcción de una serie de imágenes antagónicas, a través de las cuales ambos países
se han mirado el uno al otro. Si bien para algunos historiadores el origen de estas
representaciones adversarias lo encontramos en el período de la conquista, sin embargo,
la percepción acerca de la importancia de la Guerra del Pacífico en éste tópico resulta
trascendental. En este sentido, y tal como lo afirman Cavieres y Alijovín de Losada, “la
Guerra del Pacífico es, sin lugar a dudas, el hito más importante de las relaciones entre
ambos países, y no puede negarse que es un evento que redefinió nuestras identidades
desde algo tan sencillo como tener una frontera común” (Cavieres y Alijovín de Losada,
2005: 14).
De acuerdo a ello, la principal consecuencia de la Guerra del Pacífico, ha sido la
generación de imágenes que han ayudado a construir una percepción negativa del otro.
Principalmente tres son éstas imágenes: la de un país ganador y la de un vencido –la
impronta que dejó la ocupación del ejército chileno de Lima, la posesión chilena de
ciertos trofeos de guerra y la no resolución, desde la perspectiva peruana, de temas
limítrofes, agudizan esta imagen-; la de un país invasor frente a la de un país invadido -
incluso se habla de una nueva invasión por los inversionistas chilenos en Perú-; y la de
un país exitoso y estable frente a la imagen de un Perú políticamente inestable y con
altos niveles de pobreza (Milet, 2004).
Desde esta base, la configuración de las identidades nacionales en ambos países
ha propendido a la homogeneización de determinados valores como el triunfo o la
derrota, sobre la base de ciertos hitos históricos, como lo ha sido la Guerra del Pacífico.
Las características de esta se han transmitido a la sociedad de manera formal a través de
la enseñanza de la historia en los colegios, y también de manera informal, en la familia
y en los medios de comunicación. Como corolario, estas identidades confluyen hacia la
confrontación y la diferenciación de una respecto de la otra.
La nacionalidad corresponde a un constructo cultural implantado desde el Estado,
una vez que este ha logrado un cierto desarrollo y envergadura. La construcción del
Estado nación involucra, por lo tanto, la generación de vínculos de identificación entre
el Estado y la población que habita el territorio de aquel. Desde esta óptica, se aprecia
que la construcción de la nación y la definición territorial en los países del Cono Sur, ha
sido realizada a partir de los conflictos bélicos. Estos han contribuido de manera
importante al desarrollo de las historias nacionales, al nacimiento de los héroes y a las
glorias de las respectivas fuerzas armadas. Así las cosas, la Guerra del Pacífico ha sido
un factor de peso en las relaciones vecinales de Bolivia, Chile y Perú.
Para los efectos de esta sucinta ponencia, lo relevante es que las naciones se han
formado a partir del “otro”. Parafraseando a Fernando Savater, esta idea distintiva de
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nación ha cumplido la función principal de discriminar, la de optar entre unos y otros
(1996: 9). O sea, se ha legitimado en unos para excluir a los demás. A este respecto,
según Mario Góngora (1981), la Guerra del Pacífico consolidó en Chile la idea de
nación y de Estado nación. En esta misma línea, Jorge Larraín ha sostenido que:
“la definición del sí mismo cultural siempre implica una distinción con los
valores, características y modos de vida de otros. En la construcción de cualquier
versión de identidad cultural, la comparación con el ‘otro’ y la utilización de
mecanismos de oposición al ‘otro’ juegan un papel fundamental: algunos grupos, modos
de vida o ideas se presentan como fuera de la comunidad. Así surge la idea del
‘nosotros’ en cuanto opuesto a ‘ellos’ o a los ‘otros’. Para definir lo que se considera
propio se exageran las diferencias con los que están fuera” (Larraín 1996: 91).
Otra arista que explicaría la conformación de estas identidades enfrentadas, la
encontramos en el imaginario chileno, donde éste se percibe así mismo como un país
con características e idiosincrasia más cercana al mundo europeo que al indígena,
asociando esta condición a las posibilidades de ascensión social y laboral.
prisma, y tal como lo afirma Carolina Stefoni (2005), la inmigración de los países
limítrofes, especialmente de Perú y Bolivia, nos enfrenta con nuestra identidad mestiza,
y nos retrotrae a aquello que intentamos olvidar. Esta variable, junto con la no
resolución de la agenda histórica entre Chile y Perú, confabula para la agudización del
escenario anteriormente planteado.
En otras palabras, esto ha devenido en la “existencia de estereotipos
discriminatorios que emergen del conocimiento de los conflictos políticos y militares,
adquiridos en la educación temprana por la enseñanza de una historia que se ha ocupado
más de exaltar las desavenencias y desacuerdos” (Cavieres, 2006: 31). Por lo mismo, si
se pretende que las políticas migratorias sean un vehículo para alcanzar una integración
más profunda e integral, se hace necesario superar estos temas en la agenda histórica,
que aún pesan en la historia de América Latina.
Esta situación no deja de ser preocupante, más aún si se observa la encuesta
realizada en Chile por la UNICEF sobre la tolerancia, la que da cuenta de que casi la
mitad de los encuestados –un 46%-, cree que una o más nacionalidades son inferiores a
la chilena, dándose los mayores prejuicios tratándose de peruanos, bolivianos y
argentinos (o sea, los países vecinos). Aún más, de acuerdo a los datos entregados por
Latinobarómetro (2007), sólo un 13% de los chilenos estaría de acuerdo con la
permanencia en el país, de extranjeros de distinta raza o grupo étnico que la mayoría de
los nacionales. La carencia en el sistema educativo chileno de una política que apunte a
una mayor integración histórica y cultural queda de manifiesto ante estas alarmantes
cifras.
4 Desde este
4
Diego Portales (2006).
Ante la afirmación: “Tener aspecto indígena cierra oportunidades en la vida”, un 67,7% dice estar de acuerdo. Véase Universidad
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Esta situación resulta particularmente grave, si se considera a estos prejuicios
raciales como el principal motivo de deserción escolar entre los niños y las niñas
inmigrantes (véase Universidad Diego Portales, 2005). Junto a ello, debe tenerse
presente también que el número de hijos e hijas inmigrantes en colegios chilenos va ir
en aumento, debido a que el proceso de reunificación familiar también ha registrado un
importante avance.
Migración e Integración:
un desafío a la agenda histórica chileno-peruana
Según Armando Di Filippo y Rolando Franco (2000), en el panorama actual de
América Latina existen dos tipos de integración a considerar, los que responden a su
vez a dos filosofías diferentes respecto de lo que es la integración regional. Los
unidimensionales o mercadistas (como el ALCA), que responden a las reglas de juego
económicas del capitalismo global, y los multidimensionales o profundos (como la
Unión Europea), que se fundamentarían en la democracia y que englobarían no solo
regulaciones de mercados internacionales, sino también instituciones económicas,
políticas y culturales, donde el tema de las migraciones asume un papel fundamental.
Este último tipo de integración sería más cercano a la integración política a que se
refiere Karl Deutsch, según el cual esta podría definirse como “el logro, dentro de un
territorio, de un ‘sentido de comunidad’ y de instituciones y prácticas lo
suficientemente fuertes y extendidas como para asegurar expectativas de cambio
pacífico” (Deutsch 1996: 25).
Chile ha optado por los acuerdos fundamentalmente comerciales, -como la firma
de los Tratados de Libre Comercio- postergando, hasta ahora, la posibilidad de integrar
acuerdos multidimensionales, como lo es el MERCOSUR, donde el país solo posee la
calidad de miembro asociado. Así, se aprecia que el tema migratorio no ha sido
prioritario para nuestro país, lo que ha significado también una carencia en las políticas
migratorias, especialmente en el ámbito laboral y educativo-cultural.
Con respecto a la carencia de políticas migratorias que apunten a la integración
con los países vecinos, podemos detectar que ésta ha sido una tendencia histórica. Así lo
dejaba entrever por ejemplo, Vicente Pérez Rosales en sus “Memorias sobre
emigración, inmigración i colonización” de mediados del siglo XIX (1854), donde
dejaba en claro que la única inmigración posible era la europea, pues esta dejaba la
impronta de la civilización en la República de Chile de esa época. Entonces se dejaba
ver el hondo conflicto entre la civilización y la barbarie que enfrentaba la sociedad
chilena y latinoamericana en plena centuria decimonónica. El tema no es menor si
consideramos que la legislación del siglo XX (D.F.L. N°69 de 1953), aún seguía
apuntando a que la inmigración con elementos de selección contribuiría al
perfeccionamiento de las condiciones biológicas de la raza. Finalmente, es menester
recordar que la actual legislación data de 1975, dictada en pleno régimen militar y
fuertemente ligada al concepto de seguridad nacional (Stefoni, 2003). Esta legislación,
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además de resultar anacrónica, tiene un sesgo
inadecuado en el sistema democrático vigente en la actualidad en el país. Por otra parte,
los tratados internacionales suscritos por Chile en el ámbito migratorio, aún no han sido
incorporados a la legislación nacional, lo que profundiza las falencias existentes.
Existen múltiples maneras de entender las leyes migratorias que establece un país
de acuerdo con el contexto y la visión imperante. En la tipología de Martha Nubia Bello
(2005), existen cuatro tendencias principales de las políticas migratorias vigentes en los
países receptores de migrantes: Las reformas regresivas, que conciben la migración
como una amenaza a la seguridad nacional, y que se caracterizan por una aproximación
policiva y restrictiva del fenómeno. Una segunda tendencia se observa en leyes que
buscan excluir al migrante, haciendo énfasis en su carácter distinto y ajeno a la
comunidad nacional, y restringiendo por ello sus derechos. Una tercera, son las que
establecen derechos y permisos de residencia y de trabajo con carácter temporal y,
finalmente, las reformas que propenden por la migración selectiva, generalmente para
suplir una demanda laboral interna específica.
A pesar de las modificaciones que se han hecho a la Ley de Extranjería bajo los
gobiernos democráticos, el espíritu de la misma sigue teniendo un tinte policivo de
control, que concibe a los extranjeros como un peligro potencial a la seguridad nacional,
y que ignora los aspectos sociales y humanitarios fundamentales del fenómeno
migratorio (véase Aranda y Morandé, 2007).
Desde el punto de vista laboral, la inexistencia de leyes claras incide en el abuso
que sufren los trabajadores migrantes, especialmente peruanos y de menor calificación,
lo que se traduce en salarios más bajos y en la desprotección de sus familias. Esto deriva
en una agudización de la percepción negativa que tiene la sociedad chilena con respecto
a la población migrante, pues sienten que sus puestos de trabajo peligran ante esta mano
de obra barata y siempre dispuesta.
policivo5 muy fuerte que aparece
Conclusiones
Como se aprecia, los factores antes descritos han incidido en la construcción de
imágenes negativas entre chilenos y peruanos, las que a su vez han ido alimentando
estas identidades nacionales, que son más proclives a resaltar aquellos elementos que
nos separan en desmedro de los que nos unen. Los esfuerzos para superar la historia
parcelada de nuestros pueblos, que no acepta la visión y la lectura de los otros actores,
debe comenzar por la enseñanza en los colegios. Es un desafío que implica entender
nuestra historia sin las ataduras de nacionalismos mal entendidos, teniendo en cuenta
5
Este concepto remite al sesgo policial de determinadas políticas públicas.
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que la sociedad globalizada en la que vivimos nos propone el desafío de construir
sociedades tolerantes hacia las otras culturas.
El gran aporte y parámetro que puede definir a una cultura es la tolerancia a la
diversidad. Una cultura es madura en tanto sabe tolerar la diversidad, y son bárbaros los
miembros de nuestra cultura que no la aceptan. La educación intercultural como
vehículo de aceptación y convivencia entre los diversos grupos que componen la
sociedad, resulta una cuestión fundamental. Como sostiene José Touriñán:
“La educación intercultural es una cuestión de interés público y uno de los
contenidos esenciales para la formación de la conciencia cívica y la construcción de una
sociedad democrática, tolerante, abierta, pluralista y justa. Desde la óptica intercultural
(…) la operativización de la educación intercultural exige definir como destinatarios,
tanto a los miembros de las culturas mayoritarias, como al de las minoritarias» (2006:
20).
A lo que se ha apuntado en esta ponencia, es que los rencores derivados de la
Guerra del Pacífico pueden ser justificados, pero son infecundos. Las relaciones
democráticas y consensuales entre las diversas sociedades que componen nuestros
países pueden representar una alternativa más efectiva y eficaz en el largo plazo, para
enfrentar los problemas de la interdependencia, y para desde ahí contribuir a la
governanza
global sin quedar empantanados en los escollos de los conflictos históricos.
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